EL HOSPITAL, UNA ESCUELA DE VIDA...
El hospital es una institución la cuál se encuentra
despierta y abierta las 24 horas, cada día del año, está ubicado
estratégicamente para que cada persona pueda acceder, está construido y
diseñado de una manera indispensable, donde al recorrer sus pasillos podemos
llegar a cada lugar que buscamos para una atención adecuada y para la
recuperación de nuestra salud.
Es el lugar donde el personal de salud dedica horas y horas
al cuidado de otros. Hablamos de doctores, cirujanos, enfermeros, camilleros,
técnicos, auxiliares y choferes, personal de limpieza, etc., los cuáles forman
un esencial grupo de trabajo.
Muchas personas lo atraviesan de manera eventual, y otras,
por un periodo más prolongado, cada uno con su historia. Ya sea una simple
consulta, una cirugía o quizás un par de días o semanas de internación.
En algún momento de nuestra vida cruzamos esa puerta del
hospital, porque estamos enfermos o porque acompañamos a otros en su
enfermedad. Pero acá me detengo, y hago referencia a ésa habitación del hospital,
un lugar especial, porque allí dentro se reproducen aquellos aspectos de la
vida que nos hacen madurar y formarnos como personas. Por una parte, podemos
observarla de una forma concreta, pero también podemos reconocer nuestras
limitaciones, de la dependencia a los demás; allí se vive el dolor, el
sufrimiento, la angustia, la inseguridad.
Delante de todo esto que llamamos la adversidad, como una
situación no deseada, se nos presentan dos opciones: rechazamos lo que
consideramos como una desgracia que no merecemos, nos deprimimos y, sin darnos
cuenta, nos hacemos daño a nosotros mismos y a los que nos rodean. En cambio,
cuando esta adversidad es asumida serenamente es más fácil de sobrellevar, es
decir, no ver la crisis cómo el final, tener una visión positiva, mantener una
perspectiva, aceptar la realidad, establecer metas y objetivos frente a ese
problema o enfermedad, confiar en uno, ser optimistas, generar nuevas
fortalezas, etc.
Allí dentro se producen una serie de realidades, que nos
hacen más humanos y se hace presente la ciencia, la técnica, la experiencia, el
esfuerzo, el control, la entrega, la generosidad, etc. y todo esto puesto al
servicio de la vida y de los que sufren la enfermedad.
Todo este gran
colectivo de personas que mueve el mundo de la sanidad, que día a día dan su
vida y su trabajo para mejorar la salud de los enfermos, bien merecen nuestro
agradecimiento y valoración.
Cuando se deja la habitación del hospital, tiene la
impresión que allí se viven unos valores que hacen mucha falta en el mundo en
que vivimos. El respeto y la valoración de la vida, la responsabilidad, el
orden, el trabajo en equipo; claro que se presentan, a veces, el mal humor
entre el personal porque hay mucho trabajo que hacer y pocos que lo pueden
hacer, pero lo cierto es que todas las cosas que nos acompañan a lo largo de la
vida, allí se hacen presentes.
El personal de salud en muchas ocasiones pasa allí su
cumpleaños lejos de la familia, días festivos, feriados, también carnavales y
aniversarios dentro de las paredes, consultorios y pasillos de este hospital.
Donde entre compañeros cantando un feliz cumpleaños, donde se festejó dentro de
la guardia, se realiza video llamadas a sus familiares. Donde un compañero se
anticipó y trajo una torta, facturas o quizás un simple alfajor.
Y pasan a ser testigos de esa habitación vacía buscando una
oportunidad para descansar, poder tomar un café calentito y terminarlo a tiempo
es un gran desafío, pero quién sabe si en ese turno un paciente agradecido hace
entrega de unos chocolates.
Desde la alegría del nacimiento de un hijo, hasta el dolor y
la desolación cuando perdemos a un ser querido. Por eso, bien podemos decir que
la habitación del hospital es una auténtica escuela de la vida.
Este mismo sitio, el
hospital, testigo de cada uno de estos acontecimientos, ha visto correr a la
enfermera en busca del doctor, al camillero con la silla de ruedas buscando a
aquél paciente, también al doctor que se dirige veloz a la sala de emergencias;
a esa mamá angustiada acompañando a su hijo, esperando algún resultado de un
estudio; a ese familiar preocupado, esperando detrás de la puerta el informe
médico.
Donde las energías se renuevan en cada cambio de turno, en
cada relevo de guardia, donde unos se van tranquilos de tener el deber cumplido,
dirigiéndose a casa, donde otros llegan para renovar esas ganas, el compromiso
y amor por afrontar una nueva jornada. No solo aportando las técnicas, el
conocimiento y las herramientas para atender a sus pacientes, sino también, con
una mirada sentida, una alegre sonrisa, donde sus cálidas manos entregan toda
su vocación.
Las puertas de esta institución ven pasar todo lo que sucede
día a día allí. Desde adentro se ven llegar a las personas en situaciones que
nadie quisiera atravesar; se las ve salir con calma luego de recibir ayuda y
atención necesaria. Otros, quizás perdieron un familiar, un conocido o un amigo
con una mirada que descoloca, pero seguramente se hizo lo que estuvo al alcance
de los profesionales.
Las paredes del hospital cuentan un sinfín de historias,
donde abarcan diferentes emociones, desde la felicidad hasta la tristeza. Y al
regresar al establecimiento, ver respetadas las creencias, religión, forma de
pensar y no ser juzgados, el paciente siempre regresará a donde su trato fue el
mejor.
“Por amor a la profesión y, sobre todo, siempre con empatía y
compasión”.
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