Cuando finalice la pandemia.

 

     Seguimos planificando nuestra vida para cuando todo pase y finalmente regresemos a ese tiempo con un ritmo de vida que tanto añoramos, un tiempo sin cifras de nuevos enfermos o muertos por Covid-19, sin barbijos, alcohol en gel y distanciamiento. Nuestro deseo es volver a la normalidad, o lo que sería mejor, emerger en una nueva normalidad superadora para cuando este capítulo pandémico concluya. También esperamos que, cuando esta terrible situación cese, la enfermería por fin ocupe el lugar que anhelamos y se merece.

 

 

     ¿Nos hemos detenido a reflexionar sobre qué se trata la normalidad? Según la Real Academia Española (RAE) es el “principio que se impone o se adopta para dirigir la conducta o la correcta realización de una acción o el correcto desarrollo de una actividad”, es decir, una regla. Según nuestra interpretación sobre la definición de la RAE, entendemos que la normalidad sería el ceñimiento a esas reglas representadas en nuestra sociedad por patrones de comportamiento aceptados implícitamente por la mayoría de nosotros. Y decimos implícito porque muchas de esas reglas no están escritas.

     Para esta ocasión elegimos tomar como punto de partida de nuestra reflexión la letra de una canción [1]:

Era extraño aquel hombre,

o por tal lo tomaron, porque besaba todo

lo que hallaba a su paso.

Besaba a las personas,

al perro, al mobiliario y mordía dulcemente

la ventana de un cuarto.

Cuando salía a la calle

le iba besando al barrio, las esquinas, aceras,

portales y mercados,

y en las noches de cine

(también las de teatro)

besaba su butaca

y las de sus costados.

Por estas y otras muchas

los cuerdos lo llevaron donde nadie lo viera,

donde no recordarlo,

y cuentan que en su celda

besaba sus zapatos, su catre, sus barrotes,

sus paredes de barro.

Un día sin aviso,

murió aquel hombre extraño y muy naturalmente

en tierra lo sembraron. En ese mismo instante,

desde el cielo, los pájaros

descubrieron que al mundo le habían nacido labios.

 

     ¿Cuántas veces reprimimos una sonrisa, un abrazo, o un beso por no parecer gente extraña? Muchas veces hemos sentido que vivimos ajustados a patrones sociales normales de conducta, disimulando “locuras” y reprimiendo acciones, emociones y sentimientos. Quizás lo hacemos por vergüenza o por evitar actuar contra lo que se considera como normal. Otra causa bien podría ser que nos faltó la cuota necesaria de cuestionamiento para considerar si lo que queremos hacer está realmente mal; podría no estarlo, es más ¿Nos hemos preguntado si dentro de la normalidad existen situaciones y acciones que no son buenas y que naturalizamos por costumbre?

     A partir de estos interrogantes nos surge uno más complejo ¿Por qué aceptamos lo impuesto como normal si no estamos de acuerdo? Tal vez lo hagamos para pertenecer a un sistema, con muchos principios y reglas cuestionables, con el sólo deseo de no quedar afuera; no se puede negar que, conceptualmente y de facto, la sociedad segrega a los distintos grupos humanos que no siguen los paradigmas de la mayoría. La plena integración de las personas trae aparejado la aceptación de condiciones y apariencias con las cuales no nos sentimos identificados. En el ejercicio de la enfermería más de una vez aceptamos formar parte de algo con lo que no estamos totalmente de acuerdo, pero lo hacemos porque es normal.

     A lo largo de la historia han existido personas que desearon cambiar las cosas y que han sido disidentes de la normalidad pagando un precio muy alto por ello, incluso con la propia vida. Revolucionarios, investigadores, feministas, ecologistas y un sinfín de colectivos han luchado contra los distintos modelos opresores y totalitarios de ética y moral dudosas, con un éxito relativo. La enfermería se encuentra a medio camino en su lucha, entre muchas otras, por romper con la normalidad del modelo médico-hegemónico. No podemos negar ciertas conquistas que le han dado a la profesión una relativa autonomía, pero todavía resta mucho por hacer; por ejemplo, existe una inequidad muy grande entre la jerarquización de la medicina y la profesión de enfermería y, para poder revertir esta situación, es necesario cuestionar y manifestar nuestras opiniones. Este camino de luchar contra lo establecido, con lo que además no estamos de acuerdo, es el camino que debe servir como referencia para decidir nuestro futuro.

     En las ciencias de la salud siempre resultan muy beneficiosas la actualización y capacitación permanentes en cuestiones teóricas y técnicas, sin dudas colabora en la revalorización de cada profesión, pero acaso también, si elegimos como enfermeros/as ser extraños o anormales, como el hombre de la canción, no sólo vamos a remover los cimientos anticuados sobre los que posa el sistema sanitario, sino que además conseguiremos cuidar desde el amor desinteresado por el prójimo; ese plus en la atención, en el que se basa nuestra vocación, puede lograr aumentar la percepción positiva que la sociedad pueda tener sobre nosotros y acompañarnos en los cambios. Muchas veces nos quejamos de lo rutinario de nuestro trabajo y no tenemos en cuenta el desafío novedoso diario que significa lograr conectar con la necesidad de un paciente, motivo más que suficiente para tener en cuenta a la hora de enderezar el camino.

     ¿Hace falta esperar a que transcurra la pandemia para conocer que nos depara el destino? ¿No sería mejor iniciar o continuar nosotros con los cambios necesarios? Tenemos la capacidad de poder hacer conscientes nuestros deseos e identificarlos, actuando en concordancia con nuestras emociones, sentimientos y convicciones. Tenemos la facultad de determinar lo que está bien y lo que está mal respetando la individualidad y la diversidad humanas. Si nuestras elecciones y acciones no dañan y, por el contrario, nos complacen y pueden ayudar a los demás, no existen motivos para reprimirlas. “Somos el minucioso presente”, dijo una vez Jorge Luis Borges, frase con la que coincidimos, entonces, si podemos ser en el presente y forjar nuestro destino desde ahora ¿Para qué esperar? Las tradiciones y costumbres son muy difíciles de cambiar, lleva mucho tiempo, empecemos a hacerlo hoy, hagámosle crecer brazos y labios al mundo.

[1] Canción “El hombre extraño”. Extraída del libro Cancionero de Silvio Rodríguez. Ediciones Ojalá, 2008, La Habana, Cuba.


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